La Guardia Civil es el primer cuerpo de seguridad pública de ámbito estatal surgido en España. Su creación se produjo a poco de comenzar el reinado de Isabel II y fue impulsada por el gobierno moderado de González Bravo con el consenso de las demás fuerzas políticas, que vieron la necesidad que tenía el Estado liberal español de disponer de una fuerza de seguridad pública para abarcar todo el territorio peninsular y para hacer frente a la alarmante situación de inseguridad generada por el bandolerismo que desde la Guerra de la Independencia azotaba los caminos y campos del país.
Aquélla tuvo lugar a través de los decretos de 28 de marzo y de 13 de mayo de 1844, que configuraron un Cuerpo de seguridad pública de naturaleza militar, dependiente del Ministerio de la Gobernación en lo referente al servicio y del de la Guerra en cuanto a su organización, disciplina, personal, material y percibo de haberes, centralizándose, con una gran autonomía organizativa, en la Dirección General (o Inspección
Para organizar la nueva Institución fue designado el Duque de Ahumada, hombre de confianza del general Narvaez, militar de prestigio, corte conservador, profundo conocedor de la realidad española y "heredero" del primer proyecto de seguridad de ámbito nacional concebido en 1824 por su padre, el marqués de las Amarillas. Tomando como ejemplo el modelo implantado en Francia con la Gendarmería y el existente en Cataluña con los Mossos de Escuadra, Ahumada imprimió su sello personal a la nueva fuerza, dotándola de una severa reglamentación y de la famosa Cartilla, documento éste que diseñó la idiosincrasia del guardia civil: fuerte disciplina, capacidad de sacrificio, espíritu benemérito y lealtad, características que le permitieron una gran eficacia en la realización de las funciones que le fueron encomendadas, lo que contribuyó a que los distintos gobiernos depositasen en esta fuerza su simpatía, consolidándola primero, implantándola en las colonias de Ultramar y desde 1874 hasta 1940 otorgándole el monopolio del orden público. Además, su presencia en actividades humanitarias de todo tipo, culto al honor y rigor en el desempeñó de su servicio, le granjearon muy pronto el respeto y admiración del pueblo español, que pasó a denominarla con el sobrenombre de Benemérita (título que se hizo oficial a partir de la OG de 4 de octubre de 1929).
General, según las épocas).
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